3 de febrero de 2013

Atmósfera.

Caminaba entre los estrechos callejones que mi mente fabricaba, a cada minuto. Estaba perdido en un laberinto de muros invisibles, no sabía donde iba, no sabía dónde estaba. La gente a mi alrededor solo yo la podía verla, solo yo podía ver cómo se reían de mí al saber que estaba parado en medio de la nada. 
Sentí la vibración de mi teléfono en el bolsillo, me ayudó a volver a la realidad en el mismo instante en que pensaba que la única manera de salir de ese lugar era cerrando los ojos, dejando de respirar. Eran medidas apresuradas para un tiempo no muy extenso, pero el dolor que causaban las situaciones era incontrolable, enloquecedor. Tomé un respiro con el aroma de la madera, un perfume dulce, un poco de polvo y otras cuantas sensaciones que podía determinar. Ayudaron a reubicarme en el espacio y tiempo al que pertenecía: estaba recostado en mi cama, en mi habitación, pareciendo todo como siempre estuvo. Miré mi reloj, habían pasado unas horas desde que me perdí en mí mismo. Nadie se dio cuenta de aquello.
Bajando las escaleras sentía el calor que hacía aún a esa hora de la tarde. Escuchaba el ruido que hacía la vieja radio de mi abuela, allá, dentro, en la cocina. No había más ruido que ese, estaba solo.
La soledad, por lo menos. Esa soledad física igual me atrae, me aleja de mis problemas por un rato, ayuda a desviar mis pensamientos más oscuros, me ayuda a creer en lo bien que puedo estar cuando estoy alejado de todo, viviendo en un mundo propio, sin exigencias, solo la naturaleza haciendo que las cosas sean naturalmente como son: Tranquilidad, un lugar ameno en donde recostarme, sentir el viento cortándose al rozar mis mejillas. Mirar al cielo, reconociendo figuras comunes y corrientes. Sentarme y admirar el baile de los árboles. Oír la música que emite el río al agitar las piedras. Así, sé que todo es perfección. Aunque aún así me cueste asimilar el significado de esa palabra. Qué maravilla.
Pensar en aquello siempre lograba una sonrisa. Siempre servía de apoyo luego de tener largas noches frente a la computadora, largas conversaciones con mis amigos. Luego de leer una novela que me tocara el alma. O al notar cómo mi corazón latía fuerte por el estrés de alguna situación.   
Recorrí mi casa en busca de un lugar cómodo, fresco. Pasé a la cocina, tomé una manzana, me senté a disfrutar del placer que sentía en mi boca al dulzor de esta, y del silencio (...) Como era de costumbre, el momento no fue el suficiente. Esa especie de masoquismo que existe dentro de mí me obligó a seguir con el ciclo mental que me caracteriza, volviendo a ver como todo volvía al gris, dándome cuenta de cómo la fruta perdía el sabor al tocar mis labios. Lo que estaba encerrado volvía a salir, mutando dentro de mí, convirtiéndome otra vez en la persona que no quería ser, la que no quiso-quiere-quería existir jamás. Es parte de mí, y es algo que no puedo evitar, pero me puedo conformar con mi atmósfera que sé que llegará a mí de alguna u otra manera.
Aquí estoy, nuevamente con mis manos sosteniendo mis rodillas, con la mirada perdida. Sé que todo acabará cuando el destino deje de jugar conmigo y me premie por haber superado todo esto.